Tristan und Isolde
Semyon Bychkov | ||||||
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real | ||||||
Date/Location
Recording Type
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Tristan | Andreas Schager |
Isolde | Catherine Foster |
Brangäne | Ekaterina Gubanova |
Kurwenal | Brian Mulligan |
König Marke | Franz-Josef Selig |
Melot | Neal Cooper |
Ein junger Seemann | Alejandro del Cerro |
Ein Hirt | Jorge Rodríguez-Norton |
Steuermann | David Lagares |
A great conductor and outstanding protagonists
This great opera by Richard Wagner is back at Teatro Real, where it could last be seen in 2014. Before that, it was staged in January 2008 under musical director Jesús López Cobos. On this occasion, it was performed in a concert or semi-staged version, as they are called lately. Let us call it a concert, where the singers don’t use scores, and they move about at the front of the stage. The truth is that it was an excellent concert, where the conductor and some of the protagonists shone in an extraordinary way.
One of the great attractions of this Tristan und Isolde was Semyon Bychkov’s conducting. He is one of today’s great musical directors, as he has proved so many times. Comparisons are unavoidable, and even more so as barely 48 hours have elapsed since I saw Tristan in Valencia. Bychkov surpassed James Gaffigan: all of his leadership was at a high level, with no ups or downs, and it reached its most exciting point in the exceptional third act. One must also highlight the performance of the Teatro Real orchestra, which was outstanding.
Tristan was sung by tenor Andreas Schager, a major interpreter of the role. His voice is of high quality and exceptional volume, and he is able to solve the many difficulties of the score, including that of Act III which is a true Mount Everest of the opera. I confess that I was also overwhelmed by his exhibition of power in the second act, and I have rarely felt that. He is undoubtedly a great Wagner tenor of today, and I hope that he will continue so for many years.
Isolde was supposed to be sung by Swedish soprano Ingela Brimberg, but she unexpectedly canceled due to illness. This created a serious problem for Teatro Real, but one that was solved in the best possible way. Her substitute was Catherine Foster who, I was told, arrived in Madrid the morning of the performance. Foster was a powerful Isolde from her first entrance until her concluding Liebestod, which was truly noteworthy.
King Marke was sung by bass Franz Josef Selig, who did well, but I got the impression that he was somewhat short of vocal authority. Another excellent performance was that of mezzo-soprano Ekaterina Gubanova as Brangäne. She has a beautiful voice and excellent musicality and moves on the stage with ease. Gubanova gave great meaning to her warning in Act II, which she sang from a side box. Kurwenal was German baritone Thomas J. Mayer, and although his voice cannot compete with those of his co-stars, he sang with good taste and lots of emotion. Neal Cooper as Melot, Jorge Rodríguez-Norton as the shepherd, Alejandro del Cerro as the sailor and David Lagares as a steersman also did well.
Jose M. Irurzun | Teatro Real, Madrid, 25.4.2023
Un reparto de lujo en el Teatro Real
Además, o antes, de ser un hito en la historia de la música, el “acorde de Tristán” responde a una intención dramática: es como si Wagner buscara en esa ambigüedad que atraviesa Tristan und Isolde la suspensión del espacio y del tiempo, como si ese acorde que no se resuelve hasta el final fuera una especie de hechizo que atrapa a los personajes de la obra y la música tuviera que describir más su estado interior que las acciones exteriores. La tonalidad no se define porque aún el destino de los protagonistas es incierto, siendo este el leitmotiv. Ahí está el milagro del Tristán: la música al servicio del drama hace que aquella cobre un protagonismo estructural al punto que todo lo que sucede sobre la escena, e incluso el texto, parece resultar accesorio.
Desde este punto de vista, la versión de concierto parece no restar demasiado al conjunto, aunque para esta ocasión el Teatro Real decidió introducir algunos elementos escénicos de la mano de Justin Way, tales como cierta interacción entre personajes, algunos movimientos y objetos (el filtro de amor, la espada que da muerte a Tristán). Pero realmente lo importante era la música, y en tal sentido, deberíamos empezar por la labor de Semyon Bychkov con la Orquesta del Teatro Real. La presencia del director peterburgués era seguramente uno de los alicientes -junto al resto del reparto- para esta cita, cumpliendo sin dudas con las expectativas. Ya en el Preludio quedó claro el notable nivel donde se iba a situar la formación instrumental: un sonido muy bien empastado, luminoso y abierto, que con la orquesta dispuesta sobre el escenario se evitó esa percepción algo enlatada que a veces llega desde el foso. Bychkov fue comedido en el voltaje al principio tanto en las dinámicas como en los tempi, evitando recargar en exceso las texturas.
En el reparto, en general de muy buen nivel, asistimos en el primer acto al protagonismo de Catherine Foster, quien remplazó a Brimberg. La soprano británica demostró carácter a la hora de asumir el personaje, buena presencia escénica y solvencia desde el punto de vista vocal, con una emisión bastante constante, aunque algo irregular en el registro más bajo. Donde se la vio más cómoda y expresiva fue en las escenas con el Tristán de Schager, mientras que fluyeron con menor intensidad algunos pasajes del primer acto, especialmente cuando Isolda cuenta el episodio en el que perdonó la vida a Tristán. Gran reconocimiento a la Brangäne de Ekaterina Gubanova, quien en algunos momentos, como en la primera escena del segundo acto, brilló incluso más que Foster con una voz bien asentada en todos sus registros, limpia en los ataques, sin titubeos. Cabe mencionar a la sección masculina del coro Intermezzo, que se integró sólidamente en el engranaje del director, quien regaló momentos de brillantez más desenfadada justamente al cierre del primer acto.
Sobre el segundo acto, lo más destacado –y como podría ser diversamente– fue la extensa escena de amor entre los protagonistas. Schager ya había aparecido anteriormente, pero aquí pudimos apreciar sus cualidades con detalle: el tenor austriaco se desenvuelve muy bien en el rol, con carisma y seguridad, no tiene una voz particularmente aterciopelada, resultando incluso áspera por momentos, pero alcanza unas cotas de potencia sin perder afinación y agilidad que son realmente admirables. Junto con Foster en el acto central, se compenetraron con intensidad, aunque en algunos momentos la voz de ella quedó algo opacada. Bychkov los arropó con esmero, recreando con detalle esa atmósfera nocturna que los envuelve a través de cuidadosas filigranas orquestales. Por otro lado, este acto contenía la intervención del Rey Marke, a quien Selig confirió toda la entereza y la solemnidad que el rol requiere. Este bajo posee una voz bien redondeada, que no pierde emisión en el arco de su desarrollo, y que se desenvuelve estupendamente en términos de agilidad y dicción. La suya fue una aportación, tanto en este como en el siguiente acto, fundamental para la calidad de la función.
En el tercer acto, todo el peso cae en Tristán, quien herido de muerte, está obligado a cantar entre sentado y tumbado, mientras espera la llegada de Isolda. Schager llegó a esta prueba de fuego aún con increíble frescura, confrontando con una orquesta a la que Bychkov añadió decibelios y logrando uno de los momentos más espectaculares de la noche. Es cierto que alguna que otra nota fueron atacadas con leve imprecisión, pero en conjunto, el austriaco demostró ser un Tristán muy solvente. Hay que mencionar también al Kurwenal de Thomas Johannes Mayer que sostuvo a Tristán tanto en la dramaturgia como en lo vocal, a lo largo de toda la obra, brillando en este tercer acto. Finalmente la “Liebenstod” de Isolde fue de cariz más delicado, más resignado que trágico, donde tal vez se echó de menos algo de intensidad.
En definitiva, Tristan und Isolde es siempre un reto, sumamente exigente para los cantantes, y una carrera de fondo donde se sabe cómo empiezas pero no cómo se acaba. Para un resultado convincente se requiere de un reparto como el que anoche reunió el Teatro Real, en una versión que por ser de concierto (o semiescenificada) no desmereció en absoluto, alcanzando el éxtasis musical en una velada que encandiló al público, arrancando largas ovaciones y vítores.
Leonardo Mattana Ereño | 30 April 2023
Tristan retrouve son Isolde au Teatro Real de Madrid
Après une Tétralogie quadriennale signée Robert Carsen et terminée la saison dernière sous les couleurs ukrainiennes, le Teatro Real de Madrid poursuit sa programmation wagnérienne avec Tristan et Isolde, cette fois en version de concert semi-scénique sous la direction de Semyon Bychkov. Andreas Schager revient ainsi pour la troisième année consécutive en tête de distribution à Madrid, après Siegfried et Le Crépuscule des dieux, tandis que la soprano Ingela Brimberg, souffrante, cède sa place à Catherine Foster, dans le rôle d’Isolde. Justin Way, chargé du mouvement scénique, assure une mise en espace discrète et au service du livret. Les chanteurs occupent une superficie réduite, à l’avant-scène et derrière orchestre, usant à l’occasion d’autres zones spatiales telles que coulisses ou loges latérales. Quelques accessoires comme le philtre, un lit et un petit plateau multifonctionnel suffisent à se concentrer sur la partition.
Andreas Schager se démarque comme à son habitude par une sonorité héroïque et volumineuse. Les passages intimes n’en sont pas moins savoureux, particulièrement dans les tempi moins rapides, même si les lignes droites et vibrées manquent de finition. La vitalité et l’énergie vocale se poursuivent jusqu’au terme de cette prestation toujours éprouvante, impressionnant l’auditoire qui le couronne d’ovations. Ses duos d’amour avec Catherine Foster sont tout de même inégaux et déséquilibrés, leurs sensibilités disparates ne composant pas l’alchimie du philtre d’amour. La soprano anglaise a une voix moins charnue et audible que son partenaire, surtout lorsque le grand effectif orchestral s’en mêle. La prosodie est solide, tantôt claire mais tantôt inaudible, les segments chantés piano représentant son arme la plus forte. Son timbre est dramatique même si les cimes sont perçantes et moins soutenues, quoique l’intonation demeure stable, hormis quelques sauts hésitants. La Mort d’amour est quelque peu hâtive et file une couleur unie.
Franz-Josef Selig est un Roi Marke souverain et autoritaire. Ses profondeurs de basse étoffée résonnent loin dans la salle. Son expression est large et hautement nuancée, sa langue allemande maternelle sonnant naturelle et éloquente jusqu’à la dernière syllabe.
Le Kurwenal de Thomas Johannes Mayer est un confident loyal et un compagnon de route (de Tristan) interprété avec beaucoup de chaleur et d’élan. Il résonne solidement sous le phrasé wagnérien, mais manque d’huile vocale dans les sommets, crispés.
Ekaterina Gubanova, quant à elle, chante Brangäne avec la force mesurée d’un timbre charnu et dramatique, teinté de rondeur. La justesse et la ligne sont maîtrisées, y compris dans la sphère des aigus vibrants et vigoureux, tandis que la prononciation s’affirme plutôt claire et articulée malgré quelques passages nuageux.
Melot, qui affronte et blesse mortellement Tristan se présente avec l’ardente mais plutôt légère voix de ténor de Neal Cooper, manquant d’épaisseur. Le berger, Jorge Rodríguez-Norton arbore une voix des plus sonores et éloquentes, digne d’un grand rôle. Enfin, Alejandro del Cerro est lyrique et radieux en marin, tandis que David Lagares chante le timonier vigoureusement d’une voix étoffée dans l’assise.
Semyon Bychkov, à la tête de l’Orchestre et du Chœur (masculin) du Teatro Real, propose une direction vive et engagée, savamment coordonnée entre les différents plans musicaux. Le relief de son paysage sonore très continu surgit de l’autorité et des couleurs des chœurs marins, tandis que le sommet de théâtre et de musicalité émerge du fameux et soyeux solo de cor anglais. Les cuivres ont certes une masse tonnante qui impressionne l’auditeur encore et toujours, mais les cordes filent l’émotion dans tous les sillages.
Au dernier souffle d’air d’Isolde mourante, les passionnés mélomanes et wagnériens emplissant la salle madrilène, se lancent en irruptions de joie, de clameur et d’applaudissements assourdissants.
Vojin Jaglicic | 02/05/2023
L’intimité d’un Tristan d’exception
Tristan et Isolde, dans une version mise en espace : l’orchestre occupe la scène, au fond le chœur d’hommes, réduit ; l’avant‑scène, un espace très comprimé, pour l’action dramatique ; les acteurs, les voix jouaient leurs rôles, jouaient ses rapports dans cet espace dont les limites permettaient en même temps d’éviter les grandes salles, les grands appartements, les larges couloirs, les tours, les dimensions exagérées du navire… bref, tous les tentations pour le metteur en scène de remplir tout cela, au détriment de l’intimité de l’action dramatique. En somme, une contrainte vient soutenir la possibilité d’une vérité lyrico-dramatique essentielle, sans travestissement.
Tristan n’est pas un opéra comme les autres : une distribution courte, quoiqu’exigeante ; une dimension symphonique indéniable ; une action dramatique dont les bornes sont établies par les grands monologues ; l’amour et la mort, dont les mouvements sont plutôt intérieurs. Après avoir vu les excès, les idées gratuites, la pauvreté déguisée de quelques mises en scène de Tristan ces temps derniers, on préfère cette solution où une insurpassable distribution, un chef formidable et un orchestre connaissant un très beau moment nous laissent à l’intimité et l’enivrement du drame. On se trouve, sans décors, dans le véritable lieu des trois actes (le bateau, le château du roi Marke, Karéol) et on observe le véritable amour surgi de la haine et du dépit, surgi de la magie… comme toutes les amours. L’élément irrationnel ne peut être ni expliqué ni déployé. Surtout parce que Wagner donne à l’irrationnel une présence incontournable. C’est donc mieux ainsi, un Tristan tout concentré, où rien ne vient nous distraire, rien ne nous explique quoi que ce soit, rien ne nous déroute. On suit les déplacements limités d’Isolde, de Brangaine, de Tristan, de Kurwenal… De façon générale, les acteurs sont formidables ; les voix sont d’un niveau supérieur, toutes les voix, y compris les trois jeunes voix espagnoles pour les rôles épisodiques. Alors, on insiste: c’est mieux comme cela, « sans rien en lui qui pèse ou qui pose ».
Il importe d’indiquer qu’Ingela Brimberg n’a finalement pas pu chanter son Isolde : Catherine Foster est arrivée au dernier moment pour chanter le rôle, sans presque aucune possibilité de faire des répétitions, et cela a été évident dans son interprétation de comédienne, mais pas du tout dans le pouvoir de son chant, une Isolde puissante dès le premier moment, avec un début émouvant, au premier acte, dans son monologue racontant les exploits d’un passé récent qui l’a amené à haïr celui qui deviendra son grand amour ; le filtre, après tout, ne fait que changer le signe, pas l’ordre de la passion ; celle‑ci se développe plus loin après le premier acte, et on voit cet amour devenu si grand en revoyant les protagonistes dans les jardins du roi Marke.
Si le premier acte est celui d’Isolde, le deuxième appartient aux deux, le grand duo d’amour, infini, tout comme la mélodie infinie wagnérienne. Si cet opéra comprend plusieurs moments culminants, le deuxième acte marque celui de l’amour, avec ses résonances de motifs (le filtre, toujours présent), les chants préalables annonçant le Liebestod, et c’est là que les voix de Foster et de l’imposant Andreas Schager, un Tristan idéal, connaissent un épanouissement dont le crescendo, plus intérieur qu’exubérant, nous mène vers l’un des moments les plus précieux d’une vie adonnée à l’art du théâtre, la nôtre. Mais cet acte joue aussi, à la fin, son rôle de crise : la présence du roi Marke et Melot, le roi déçu et amer, Melot choisissant une de ses deux fidélités contre son ami Tristan.
Franz‑Josef Selig, basse allemande, confère à Marke précisément ce qui convient : la dignité du chant, la gravité du chant, la ligne impeccable du chant, un monologue anthologique de l’amertume et de la déception. C’est la voix qui nous manquait, parce qu’on a entendu la mezzo russe Ekaterina Gubanova (Fricka, Kundry) dans une Brangaine raffinée, voire avec une touche de majesté, un rôle qu’elle maîtrise depuis longtemps. Gubanova chante ses mises en garde du deuxième acte depuis une loge du deuxième étage, côté jardin ; l’intimité demeure intacte, le petit espace de la scène n’accueille pas une nouvelle présence intermittente ; ce ne sera que pour la fin de cet acte, avec le couple‑titre, Marke, Melot et Kurwenal. Le rôle limité de Melot est bien tenu par la voix et la présence puissante du Britannique Neal Cooper.
L’acte III est celui de Tristan, avec con fidèle Kurwenal, et on a l’impression que Schager atteint l’illimité dans son attente d’Isolde, son espérance, voire son hallucination, dans l’expression de son amour nous suggérant qu’il n’y a pas de compromis possible avec la vie. Est‑ce sa blessure ou bien l’intensité de son chant qui mène Tristan à la mort ? Emouvant, insurpassable Schager, dans le chant comme dans la présence théâtrale, avec l’appui de la voix et la présence de Thomas Johannes Mayer. Un moment d’exception, un moment assurément culminant. Mais n’y en a‑t‑il pas au moins trois – peut- être plus, mais accordez‑moi ceux‑là – grâce à la capacité inouïe des voix et des incarnations dramatiques comme celles de Schager et Foster ? Ah ? (encore) le point culminant du duo du deuxième acte avec ces deux interprètes insurpassables !
Mais il n’y a que cela, bien sûr. Il y a un orchestre large, nourri, dirigé à la perfection par Semyon Bychkov. L’intensité, les nuances, la passion et la violence, toutes intérieures, découlent de l’orchestre, ici sur scène, sans fosse. Dans un opéra comme Tristan, l’orchestre est, plus que jamais, la maison où habitent les passions des personnages, et en plus un personnage d’une approche aussi symphonique que lyrique. Et avec un orchestre de plus en plus raffiné, celui du Teatro Real, avec un chef qui a démontré dans ce même théâtre sa maîtrise wagnérienne (Parsifal), les moments d’émotion sont au sommet, même dans l’ivresse sentie par Thomas Mann. La brève intervention du chœur d’hommes est parfaite, comme d’habitude. Enfin, Tristan cultive l’inconscient et va au‑delà du rationnel. Sa maison, l’orchestre, doit être hantée. Un manoir hanté par les sons, les voix, les rapports obscurs ou peut‑être lumineux de l’amour… « O Dieu ! de quelle ivresse… »
Santiago Martín Bermúdez | Teatro Madrid 29 avril 2023